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La leyenda de «La Encantá», la matanza de El Zorzo

La leyenda de «La Encantá», la matanza de El Zorzo

Luego de que los Reyes Católicos conquistaran el Reino de Granada, hubo incontables saqueos y asesinatos a andaluces moriscos. Llegó hasta tal punto que este colectivo fue erradicado por completo, ya sea por exilios decretados por la realeza o por matanzas consentidas por las autoridades al servicio de la Corona.

La leyenda cuenta que, entre las inmediaciones de El Zorzo (un paraje montañoso entre los pueblos de Vera y Cuevas del Almanzora), un grupo de jinetes cristianos se encontraban recogiendo el campamento que improvisaron para pasar la noche. De repente, algunos de ellos notaron una columna de humo destacando en el paisaje. Ante esa señal, despertaron al resto de sus compañeros, que ya sabían lo que debían hacer. Nueve hombres, de entre veinte y cuarenta años, prepararon sus monturas. Sus risas histriónicas resonaron en el valle, anunciando la desgracia. 

Dentro de aquel lugar, un grupo de mujeres preparaban deliciosas bandejas de dulces y licores. Los hombres, por otro lado, se repartían los instrumentos musicales rudimentarios. Cada vecino trajo consigo lo necesario para acompañar los cantos y villancicos. Los niños correteaban de aquí para allá, moviendo sus cintas de colores por el aire. En el centro del patio, los jóvenes formaban una hoguera, alrededor de la cual bailarían con las muchachas presentes. 

Cuando se disponían a empezar el festín, los que preparaban la fogata anunciaron la partida de soldados a caballo. El recuerdo de las matanzas que años antes ocurrieron allí invadió la mente de todos. Sin embargo, esos pensamientos fueron descartados al descubrir que simplemente eran ocho o nueve hombres acercándose. Siguieron con la celebración, pensando en aceptar a los visitantes si decidieran parar allí. 

Tardaron poco en llegar. Según ellos, se sintieron atraídos por la música y canciones que sonaban en aquel lugar. Explicaron que, alejados de sus familias, se animaron a compartir esos sentimientos de añoranza con los que se manifestaban felices. Los invitaron a pasar, comer y beber con ellos. Los soldados no se alejaron de sus armas en ningún momento, lo que levantó sospechas entre los presentes. Sin embargo, antes de que los anfitriones pudieran defenderse, los forasteros empezaron a asesinar a las mujeres, hombres y niños del paraje, ocasionando caos y sangre en la estancia. 

El fuego se extendió por todos lados en pocos minutos. Las mujeres que lograron escapar con sus hijos corrían despavoridas, seguidas por los soldados a caballo, que las mataban con su cuchillo sin piedad alguna. En el interior de las casas se oían los gritos de aquellos que trataban de librarse de las llamas que habían prendido sus cuerpos.

Contemplando aquel espanto, una muchacha miraba junto a la chimenea su vestido blanco manchado de sangre. A sus pies se encontraban los familiares que, minutos antes, cantaban alegremente con ella. Sostenía en sus manos una pandorga, con la que hizo sonar una lenta canción, cuyos versos quedaron impregnados en el viento:

Escuchad a quien os habla

ya desde la muerte.

Malditos seáis vosotros

y vuestros descendientes.

No habréis de tener jamás

días de gozo,

mientras la gente recuerde

la matanza de El Zorzo.

 

Esas fueron las últimas palabras de la chica que, según sus asesinos, murió rodeada de una llama azul durante unos segundos. Desapareció sin dejar rastro. Jamás encontraron su cuerpo.

Durante muchos días y noches, los vecinos dijeron que oyeron gritos desgarradores y ecos de tristes melodías acompañadas por el sonido de una zambomba. Luego, fueron algunos testigos los que aseguraron haber visto por aquellos parajes la figura de una joven señorita caminando lentamente y repitiendo la maldición de los versos que exclamó el día de su muerte.

A partir de ese trágico incidente, todos los años por la fiesta de la Candelaria se escuchaban los lamentos de los inocentes masacrados. El eco de la pandorga y los llantos de niños sacrificados llegaron hasta los pueblos cercanos.

Melania Benavente

El periodismo, el queso y Almería son mis principales pasiones (no necesariamente en ese orden).

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